Hoy he presenciado una escena algo desconcertante: un nido de golondrinas, uno de tantos los que esperan su regreso para cobijarlas verano tras verano entre migraciones, ocupado por una de ellas, que se asomaba tímidamente. Parecía estar sola pero piaba continuamente, desconozco si por el frío que debe estar sufriendo, o porque había venido acompañada por alguna más. Lo que está claro es que todavía no debería estar aquí, en nuestra tierra, y que seguramente haya venido víctima de la confusión medioambiental de la que todos formamos parte y a la que solemos referirnos maldiciendo al cambio climático, aun ser este consecuencia de nuestra irresponsabilidad y falta de consciencia.
Recordad que, si alguna vez encontráis una de estas aves heridas, están protegidas como fauna urbana y que si llamáis a centros que se ocupan de preservarla (por ejemplo, al Centro de Recuperación de Fauna La Granja El Saler) se harán cargo de ella, al igual que de muchas otras especies. Ya que los animales también pagan nuestros errores, informémonos para saber cómo socorrerlos porque, nos guste o no... seamos más o menos conscientes... convivimos con ellos.
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Como usuarios de redes sociales, observamos una vez tras otra rostros, situaciones... visibles en tantas fotografías compartidas por tantos conocidos y casi-desconocidos... Fragmentos que, a pesar de las huellas que nos muestran, parecen vacías de motivo si el tiempo ha separado demasiado esa vida de la nuestra. Pero, alguna vez (vez que se graba en la mente por la rareza de la visión), vemos a alguien haciendo cosas realmente grandes; por la sinceridad de la acción captada, por la fascinación que produce la escena.
Asumimos tanto nuestra vida, que pocas veces nos planteamos ir más allá de lo necesario para nuestro propio bienestar (y dentro de bienestar tienen cabida, si no lo entendemos como sinónimo de comodidad, muchas metas personales, todas ellas centradas en la prosperidad de uno mismo, la satisfacción de conseguir un logro...). Y así creemos que ha de ser; así lo hacemos casi todo por aquí, al menos, casi todos. Pero recuerdas un nombre, y lo escribes buscando, con la fofa curiosidad de siempre, huellas que afirmen que todavía existe; poco más, aparte de cierto rencor por hechos del pasado, que hacen crecer la curiosidad sobre el presente. Y ves que ha viajado más allá de lo que es zona segura para su existencia. No motivada por conseguir un futuro mejor para ella, o por alejarse lo máximo que pueda de un entorno que la hiciese infeliz... Sino simplemente, porque no le gusta que muchos no tengan las oportunidades que ella tiene . Porque quiere cambiar las vidas de los demás con hechos (lo cual será un logro satisfactorio para ella, pero innegablemente, de una naturaleza mucho más altruista que los que solemos proponernos), y no únicamente desahogarse compartiendo palabras en la nube, sentada en su habitación, quizás dejando caer alguna lágrima que, a pesar de la sinceridad que la ha creado, se secará antes de cambiar nada. Así el rencor pasa a vergüenza; vergüenza por juzgar a alguien tan noble por unos hechos concretos; vergüenza, por sentirse mal en cuanto no se es capaz de controlar la situación; de temblar ante las dificultades, sin plantearse el ayudar a otros que afronten situaciones más difíciles que las de uno mismo. Y aquí estoy yo, cómo no, delante de la pantalla, en mi cuarto, a punto de irme a dormir y olvidarlo todo en cuanto cierre los párpados, entre mis agradables sábanas, soñando que todo es mejor de lo que parece. Como casi todos: hipócrita. |
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Mayo 2020
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