En España las cosas no van bien en muchos aspectos. Pero hay un tema que, pese a no haber llegado a estar nunca estable, siempre acaba quedándose de lado: lo que respecta a la protección de los animales, los abandonos, el control de los nacimientos... y la indiferencia de la gente.
Empezaré hablando de una vivencia personal. Hasta hace pocos días, en mi calle había un gato muy especial. Se ganó a la mayor parte del vecindario y siempre iba acompañado de algún gato que también estaba abandonado por la zona; era cariñoso con todos, hasta con nuestro perro. Cuando podíamos, le dábamos cobijo, comida y afecto, tres cosas que cualquier ser vivo necesita y que debería tener a su alcance. Su apariencia despertaba respeto, con su pelaje negro y sus ojos verdes, pero tenía un gracioso detalle: se le salía un colmillo hacia afuera, por lo que le pusimos el mote de Draculín. La mañana del 22 de este mes, como siempre, allí estaba: mirando a través del cristal de la puerta, esperando a vernos salir para saludarnos y seguir su ruta matutina. Esa fue la última vez que le vi. Al volver a casa por la tarde, me enteré en medio de sollozos de que, minutos después de irme de allí, había sido brutalmente atropellado. Lo más triste, es que el animal no estaba en medio de la carretera, ni siquiera en una curva de la calle. Habían procurado acercarse lo suficiente a la acera para llevarse su vida por debajo de las ruedas. "Bueno, un gato menos que tengo que aguantar", dijo horas después alguien cuyo nombre prefiero no nombrar. Para otros, en cambio, significó un amigo menos al que brindarle afecto, y del que recibirlo. Todos somos conscientes de que muchos animales acaban abandonados en la calle injustamente, y que sufren el desprecio de aquellos que los consideran un juguete o una molestia. Pero hay una solución que reconcilia ambos "puntos de vista", si tal comportamiento frente a otras formas de vida se puede considerar un mero punto de vista diferente a otros. Una solución ya tomada en Cataluña para con los perros, y en algunos países europeos, que garantiza el control de natalidad de los animales para así no dar a luz a quien no pueda tener un techo, y que no "moleste" en la calle: esterilizar. Que se acabara con la compra y venta, los criaderos u otros sistemas de cría, y en su lugar, se respaldase la tarea de las protectoras, en las que hay tantos animales esperando a ser adoptados. Creo que ya hacemos suficientemente cruel este mundo comercializando con carne de animales muertos para comer, no es necesario comercializar también con la de los que mantenemos con vida. Una medida como esta afectaría a muchas familias que viven de este tipo de negocios, pero si esta gente, cuyos conocimientos sobre los animales que cuidan deben ser bastantes, fuera implantada como trabajadores en las protectoras para ayudar al cuidado de los animales, y que los gastos corrieran a cargo de las administraciones públicas, sería una buena opción. De hecho, no sería gastar más, sino distribuir de modo diferente. Según he leído, algunas comunidades destinan una gran cantidad de dinero al sacrificio de animales que se encuentran en las perreras. Si este dinero fuese destinado, en vez de al sacrificio, a algún proyecto como el anteriormente descrito, a largo plazo se ahorraría en costes dada la menor cantidad de animales a los que atender al disminuir el nacimiento de crías. Seguramente detrás de una re-estructuración de este tipo debería haber muchos intereses para llevarse a cabo, y no sería tan fácil como escrito sin conocimientos administrativos, del modo en que lo he hecho aquí, puede parecer. Pero no es justo ni viable éticamente dejar las cosas como están: las protectoras agotadas y a punto de desbordarse, el gobierno sacando leyes cuyos cambios son mínimos, y la generación de los que viven en el asfalto día tras día, esperando uno u otro trágico destino.
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Hoy he leído una triste noticia, la misma que os habrá llegado a muchos de vosotros: Robin Williams falleció ayer, y se dice de la gran probabilidad de que se haya tratado de un suicidio. Y no puedo evitar preguntarme a mí misma cómo él, uno de los grandes del séptimo arte que más sonrisas ha sido capaz de sacar a los demás, ha podido almacenar tanta tristeza en su interior y llegar hasta ese límite. El que en medio de una guerra deseaba los buenos días con tanto entusiasmo, el que con una nariz roja convertía sollozos en carcajadas, el valiente y aventurero jugador de tableros encantados, el que vestido de mujer transmitía esa dulzura digna de una verdadera abuelita canguro, el que intentó cambiar al más rebelde de los adolescentes... el capitán que revivió la poesía, el hombre que creció niño. Todos esos Robin junto con los que he crecido, que me han hecho aprender de la vida sin perder la sonrisa frente a las adversidades, y hacia los que me siento tan agradecida. Sé que eran personajes a los que interpretaba, y que confundir sus actuaciones con su verdadero yo podría ser un gran error; pero también he visto la sinceridad que su mirada transmitía, sus esbozadas sonrisas sin atisbo alguno de pretensiones ególatras. Gestos, formas, que delataban su fragilidad y transparencia. Uno de los titulares que he leído se refería a él como "El genio de la eterna sonrisa y la mirada triste". No podría definirle más brevemente. Quizás se trate de que, quien mejor proyecta la alegría, peor escapa de la tristeza; no lo sé. Pero he leído un poema de Juan de Dios Peza (1852-1910) que delata que este injusto final ya lo han sentido algunos en el pasado. El mérito de encontrar este paralelismo no es mío, es de una de mis amistades quien ha dado con él, pero no ponerlo sería ocultar lo que me ha conmovido tanto que he necesitado dedicar este pequeño texto a ese gran actor: "Viendo a Garrik actor de la Inglaterra Tampoco voy a mentir. No he visto todas las películas que ha interpretado, pero no hay ninguna de las más importantes en su carrera de la que no haya visto algún fragmento, minutos que me han transmitido más que varias de las películas que he visto enteras a lo largo de lo que llevo de vida. Eso le convierte aún más en uno de los grandes, porque demuestra que no es necesario haberle seguido fielmente para saber quién ha sido, y los grandes logros cinematográficos que ha conseguido.
Robin Williams, hasta siempre, pues vivirás eternamente en las historias que a tantos nos hicieron soñar, y de las que también aprendimos. El otro día ojeé en la biblioteca de mi municipio un libro de Joan Fuster titulado "L'home, mesura de totes les coses". En cuanto leí ese título entendí la intención irónica del autor, e interesada por su contenido, lo cogí para leerlo durante este mes vacacional. Lo que más me gusta de los ensayos es su tono meditativo, el hecho de que no da respuestas, pues trata, sin pretensión alguna, temas que nos transcienden demasiado como para resolverlos de un modo definitivo, a pesar de que lo que barajan suele tener mucho que ver con nuestro modo de ser, valores del "mundo de las ideas", diría Platón, demasiado perfectos como para que el hombre desde su plano material consiga vislumbrarlos en su totalidad. Así pues, este libro contiene una gran cantidad de ensayos. Citaré hoy uno de los que por ahora he leído, y de los que más me ha gustado: "La utopia és un Maloc inflexible, un Leviatan sense entranyes. I sospito que així ha de ser. Només a força de deshumanitzar l'home, la societat serà perfecta: només a força de sotmetre'l, de deformar-lo, de reduir-lo a zero [...] Però jo no estic massa segur que l'home actual, l'home creat i sostingut per la societat pre-utòpica, sigui un home molt humà. Sobre ell pesen excessives hipoteques d'índole material i moral - parlo en termes generals -, i la seua situació, quant a humanitat o plenitud humana, deixa molt a desitjar. [...] la considere incompatible amb l'home." (p. 13-14) En el texto "perfeccions temibles", Fuster habla acerca del miedo que suele inspirar la perfección por ser tan lejana al hombre. A lo largo de la historia, la utopía solamente se ha imaginado posible sometiendo al hombre, sumiéndole en un sistema en el que las piezas estén tan encajadas que no quepa lugar para el más mínimo error. A alguien que no cumpliese con sus obligaciones, se le trataría como un engranaje dañado e inútil para el resto, y por tanto se le eliminaría. La calidez de los sentimientos humanos a nivel individual se sustituiría por cálculos fríos a nivel global, la sociedad como un conjunto uniforme, mecánico.
En este sentido, el capitalismo parece una aproximación utópica en cuanto al orden de principios que crea, pues quien no puede beber de él parece no tener derecho siquiera a una vivienda, no aporta lo suficiente como para formar parte del sistema, pese a sus derechos humanos. ¿Es acaso un modo "civilizado" de ir hacia una utopía capitalista, en la que solamente haya cabida para los que puedan permitírselo? El asesinato se considera delito, pero ante la situación de marginación y desamparo en la que se deja a estas personas, los suicidios se multiplican sin que nadie sea acusado por su muerte. Pensar que el ser humano lo controla todo con dinero es tan agrio como verdadero. Más aún cuando es el dinero el que controla al completo el mundo, por encima de su creador y de las otras formas de vida que ocupan este planeta, sustituyendo la humanidad por piezas de ajedrez movidas al son de la banca y sus intereses. No obstante, alejándonos de las similitudes de esta definición de utopía con el capitalismo, esta palabra no debería considerarse tan negativa. Quizás la perfección sea un espejismo que más vale la pena ignorar, pero debe haber otros modos de avanzar hacia una sincera armonía que no considere errónea nuestra imperfecta naturaleza, una aceptación del propio ser humano que no cese el deseo de llegar a ser mejores. |
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Mayo 2020
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