“Vaya, qué original, hablar de este tema durante estos días”. Pues sí, quien se anime a leer la nueva entrada, tiene razones para pensarlo. Pero aun así, me apetecía escribirlo.
El medio ambiente no es un tema del que solamente se deba hablar en días señalados. Al igual que San Valentín no es el único día en el que se deba demostrar el amor, o el Día Mundial Contra el Cáncer cuando uno se debe acordar de esa enfermedad que hiere a tantísimas personas. Pero a nivel mediático, no todo cabe en el día a día. Y por ese motivo es ahora cuando estamos recibiendo mayor información al respecto; más luces rojas de emergencia; tantos gritos de que el tiempo se agota. Pero cómo no, si algo unifica la atención mediática sobre el cambio climático durante este año, es Greta Thunberg. Y no solamente sobre el cambio climático en sí, sino (y esto es lo más interesante) en cuáles son las más apropiadas o inapropiadas maneras de actuar cuando se quiere conseguir un cambio de paradigma. Sinceramente, han surgido reflexiones muy curiosas acerca de lo que supone ser activista y luchar por una causa, así como sobre el peligro de politizarse. El mediáticamente conocido Frank Cuesta, que empezó con una burla sin fondo ni tacto alguno, fue dotando de matices su crítica hasta cuestionar con más detalle la propia Cumbre del clima de Madrid, que parece dejar de lado a muchos colectivos y organizaciones que luchan por preservar lo que dicha cumbre se supone que defiende, y a los que por tanto también se debería de escuchar. Pero me pregunto, ¿de verdad es necesario cuestionar a Greta hasta el punto al que se está llegando? ¿Tanto ofende el hecho de que una niña comparta las emociones que le hace sentir esta terrible catástrofe a la que vamos dirigidos? ¿No puede acaso expresarse públicamente (y en físico, no virtualmente, como muchos y muchas estamos acomodados a hacer) para intentar remover consciencias? Me duele mucho, de verdad, que se convierta en diana de tantas críticas y comparaciones; pero también de adoraciones, porque es igual de dañino y peligroso que lo primero. Para ella como adolescente a la que le queda tanto por vivir; y para el movimiento, por el hecho de que el foco de atención parece derivarse a donde no debiera. ¿De verdad cabe pensar que tenga que ser ella quien se ocupe, por estar tratando de concienciar, también de inventar, salvar, organizar…? ¿Siendo todavía una niña que empieza a encontrar su lugar? ¿No es una contradicción que los mismos que la juzgan por no ir al colegio y seguir la rutina establecida por su vida acomodada, la juzguen también por no haber sentido en su propia piel lo que es pertenecer a una familia sin recursos y las dificultades que ello conlleva? ¿O incluso por no ponerse a investigar soluciones científicas? ¿De verdad estos debates son constructivos en algún sentido o están relacionados con el cambio climático, teniendo en cuenta la cantidad de profesionales del ámbito científico que llevan tiempo trabajando en soluciones y que siguen necesitando ayuda para implicar el compromiso de la masa social y a los que “mueven los hilos”? Duele, también, que haya a quien parece que le ofenda su punto de vista (creo que es fácil de entender que siendo su punto de vista, contenga tildes subjetivos). Como si se sintiera directamente aludido por sus reproches, cuando su desconcierto es dirigido no tanto a la clase obrera y humilde, que se esfuerza por seguir adelante; o menos aun a quienes no tienen recursos y a los que por tanto no hay nada que reprocharles sobre malos hábitos o falta de compromiso. Su mensaje va dirigido a las grandes corporaciones, a los gobiernos, a los grandes consumistas. Es decir, a los que llevan realmente las riendas de esta situación y de los que dependemos para salir adelante. Lo cual no quiere decir que no tengamos responsabilidades a asumir cada uno de nosotros en todo ello, y que ella también asume e intenta cumplir, alimentando (incomprensiblemente) la mofa mediática. Me refiero a esas responsabilidades a escala mínima, rutinaria, local. Como no usar transporte privado (siempre que se pueda); no malgastar agua; amar y cuidar el ecosistema; apostar por el comercio local y las marcas de proximidad; dejar o al menos reducir los viajes en avión y lejanos; interesarse por productos a granel, envases reciclables… reciclar bien (para esto último yo a veces consulto un chatbot creado por Ecoembes, muy gracioso, llamado A.I.R-e); participar en actividades organizadas de limpieza de zonas públicas, de planta de árboles u otras; mantenerse informado y actualizado; resistirse a la obsolescencia programada; preocuparse por el origen de los productos que adquirimos; reducir, si no eliminar, el consumo de carne… Estas y muchas otras cuestiones, que no tienen por qué ser cumplidas en el mismo rango por todos. Se trata, más bien, de cumplir las que según las circunstancias de cada uno sea posible, asumiendo las carencias e intentando mejorar. Yo, por ejemplo, dado que no tengo carnet, me he habituado a arreglármelas con el transporte público (es decir, no uso coche que contamine); pero pido frecuentemente productos para animales online, que me son enviados desde lejanos puntos de España, porque por calidad/precio son los que más me convienen (ergo, sí que contribuyo a la contaminación). No consumo muchos productos de animales (la industria que les involucra contamina barbaridades), pero uso algún pantalón vaquero (tipo de tejido cuyo proceso de fabricación no es nada ecológico). Y podría seguir durante muchas líneas. Volviendo a Greta: ella solamente quiere hacer sonar sus palabras, cual Pepito Grillo que intenta convencer de que las cosas no se están haciendo bien. ¿Hace algún daño con ello? No es ninguna divinidad salvadora, pero tampoco ninguna niñata inútil. Su voz ha llegado a rincones a los que ningún artículo científico lo había conseguido. E independientemente de lo vacías que puedan estar algunas de las voces que se unen, por inercia, a su llamamiento por la lucha contra el cambio climático… con ello ya está cumpliendo su papel. Un papel, al menos; en una obra que no todos han empezado a interpretar. A pesar de que el acto final nos involucre a todos. Y antes de acabar, quiero dejar clara una cosa. Palabras y actos no son enemigos (o más en relación con lo aquí expuesto, discursos y acciones medioambientales). Más bien, son complementarios inseparables. Se nutren entre ellos, haciéndose crecer y colaborando para mejorar, aportando lo suyo. Que una persona se incline más hacia unos u otros no es motivo para desprestigiarla (obviamente, siempre y cuando sus propias acciones y palabras no se contradigan entre ellas); porque como un todo que somos, las carencias de unos deben ser suplidas por las virtudes de otros, mutuamente. Palabras cuyo campo puede ser muy diverso, y no por ello menos valiosas, yendo de las más puramente científicas, a las más abstractamente humanísticas. De lo contrario, podríamos decir, por ejemplo, que no necesitamos el arte para concienciar o remover emociones, porque en él se invierten recursos inútilmente; o que no vale la pena pensar en silencio, porque se está perdiendo tiempo para hacer, actuar, crear. Aconsejo a este respecto una lectura, “La utilidad de lo inútil”, de Nuccio Ordine, en cuyas hojas se recogen reflexiones de distintas épocas acerca de cómo influye lo aparentemente inútil, en lo aparentemente útil. Centrémonos en lo importante. Dejémonos de críticas dañinas. Y no infravaloremos nada que pueda aportarnos algo de inspiración; porque hasta ahora la hemos necesitado, pero más aún que la vamos a necesitar.
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Mayo 2020
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