En los últimos años, el mundo de los superhéroes está siendo llevado a la gran pantalla como nunca antes se había hecho, no solamente por cantidad sino por calidad; personajes que las dos grandes compañías del cómic americano, DC y Marvel, han ido cultivando desde sus inicios. Hasta ahora, el panorama lo lideraba Marvel. No obstante, puede que esta predilección se invierta, y que sea además la primera película protagonizada por una superheroína la que lo consiga: Wonder Woman, ya aclamada por la mayor parte de la crítica desde el estreno.
Debo decir que me consideraba, al igual que muchos otros, en contra de la elección de la modelo y no muy conocida actriz Gal Gadot como personaje principal. Su complexión (muy delgada), tan distinta a la que icónicamente se le ha atribuido al personaje (musculada, fuerte, grande…), sonaba a estereotipo andante y a deseos de llenar las butacas de los cines usando como anzuelo la innegable belleza de la actriz. Pero cuando se juzga demasiado pronto, una suele equivocarse. Es cierto que la belleza está sobrevalorada en el mundo hollywoodiense (y en todas las superproducciones en general). Pero ello no va directamente reñido con las aptitudes para interpretar que el actor o actriz en cuestión tenga, y éste es un gran ejemplo de ello: tras ver las primeras escenas de la película, es imposible imaginar a cualquier otra mujer en el papel de la diosa amazónica Diana, princesa de Themyscira. Gal conecta a la perfección con el carácter complejo del personaje, que es, a la vez, inocente, altruista, valiente y temerario, por no hablar de su agilidad y dominio del cuerpo en las escenas de lucha. Una manera sutil de recordarle al mundo que las cualidades positivas asociadas a lo largo de la historia con el rol de la mujer (aunque no sean exclusivas de ellas, si bien la sociedad siempre se ha encargado de potenciarlas en este sentido) no deben ir reñidas con la emancipación ni con el miedo a expresarse, ni mucho menos con la fortaleza o el éxito. El momento en el que llega a la ciudad por primera vez y se ilusiona al ver a un bebé no la convierte en un personaje menos serio o más débil, ni tampoco debemos interpretar este gesto como una alusión a su instinto maternal. Simplemente se deja asombrar por lo que ve por primera vez en su vida. Al igual que cuando pregunta por el cuerpo masculino, o cuestiona el hecho de que se relegue al reloj la tarea de “decirte lo que tienes que hacer” en cada momento del día. Y no es casualidad que el contexto histórico en el que se sitúa la trama sea el de la Primera Guerra Mundial, época en la que la mujer ya había empezado a luchar por sus derechos. De hecho, el propio personaje fue creado para los cómics durante la Segunda Guerra Mundial, inspirado por estas mismas razones. Se buscaba un icono del empoderamiento femenino, que apoyara su impulso social. Pero volvamos a la película. Aviso, para aquellos que no la hayan visto, de que habrá más spoilers que en las líneas anteriores. La madre de Diana, al hablarle de la humanidad, lo hace utilizando el término hombre. Este hecho tiene una gran relevancia, en tanto que se utiliza para resaltar precisamente el hecho de que la Tierra estaba regida por una visión patriarcal, en la que la mujer se mantenía sumisa y en la que las amazonas no encajaban; de ahí su aislamiento del mundo, confinadas en una isla de ensueño apartada de todo sentido mortal de la existencia. Protegidas de Ares y del ser humano, allí no corren peligro; pero tampoco pueden intervenir en el mundo, usar sus cualidades para nutrirlo y mejorarlo. Clara metáfora de la situación social de la mujer que, a pesar de su inteligencia, era confinada al hogar o al convento, en parte para asegurar su protección, en parte por menospreciar su potencial. Pero Diana decide emanciparse. Una situación animada por el espía que, tras ser derribado de su avioneta, ella salva a orillas de la isla: Steve Trevor. El hombre se introduce en su mundo y, a partir de esa escena, empieza a revelarle cómo es la guerra de la que proviene. Diana atribuye todo el tiempo al dios Ares los horribles hechos narrados por el viajero, puesto que no concibe que el ser humano pueda ser maligno por naturaleza. Acompaña a Trevor de vuelta a la guerra con el propósito de encontrar al Dios y vencerle, de modo que la paz volviera a la Tierra. Y aunque finalmente es lo que hace, aprende durante el camino que los hechos son mucho más complejos de lo que su prisma distante e inocente le daba a entender; se da cuenta de que cada individuo tiene sus propias batallas, sus problemas, y que muchas veces los originan ellos mismos, o la sociedad de la que forman parte. Conoce el racismo, el machismo y el odio en general, hasta hacerle dudar sobre el sentido de luchar por la paz entre humanos. Pero entonces, el hombre que la ha acompañado durante todo el trayecto y del que se ha enamorado (sin caer en el clásico “flechazo”, sino que a medida que viajan juntos, va creciendo el interés de una por el otro), se sacrifica por los suyos, lo que le hace entender que, en cada ser humano, “convive la luz y la oscuridad”, no siendo ni malvados ni angelicales, sino imperfectos. Mientras ella se enfrenta a los errores divinos luchando contra Ares, él se enfrenta a los errores humanos interceptando un arma mortífera. Y es mediante este tan acertado paralelismo que la guerra finaliza. Acertado, no solamente porque todos los personajes colaboran en ponerle fin, dando a entender que los problemas siempre necesitan de cooperación y de voluntad para solucionarse; sino por enfatizar que la solución no está en Diana, o en Trevor: está en ambos, y aunque Diana sea una diosa, el simbólico papel de mujer emancipada toma forma no ya de superioridad, sino de igualdad entre mujer y hombre. Si únicamente uno de los dos hubiese actuado, la guerra hubiera continuado. Solamente se puede avanzar si todos actúan creyendo en el otro, sin por ello dejarle toda la responsabilidad. Ideales fundamentales del feminismo, que últimamente se está confundiendo demasiado con el hembrismo (las "feminazis", como las llaman por Internet) y que hace peligrar los principios de igualdad que las y los feministas defienden y han defendido. Pero no es ella la única que aprende durante el viaje: los humanos también aprenden de ella. Aunque Diana tiene como meta llegar hasta el supuesto Ares (uno de los mandos del ejército alemán), no duda en parar y salvar a quien lo necesita de camino hasta él. Hay que priorizar, pero sin por ello insensibilizarse y avanzar sin prestar ayuda a los que lo necesiten. Esta actitud hace que sus acompañantes pasen de querer ganar la guerra a tener esperanza por recuperar la paz, llegando a dejar de lado intereses propios y a entregarse de verdad por la causa. También es muy buena idea que uno de los personajes, indio americano, cuente cómo su pueblo fue asesinado por hombres como Trevor; o que finalmente Ares esté escondido entre los americanos y no entre los alemanes. Notas que barren esa visión tan injusta de que el hombre americano es el héroe y su rival el malvado. Ambos bandos están manchados, en ambos sitios se han cometido errores. Una visión que refuerza la nacionalidad de la actriz que interpreta a Diana, de origen israelí. Primera Wonder Woman no americana, aportando más sentido todavía a un personaje que no lucha por su patria, sino por la paz en general. En mi opinión, este personaje es un magnífico icono para inspirar a las generaciones más jóvenes, tanto chicas como chicos, por supuesto no por su divino físico, sino por sus valores. La versión demasiado edulcorada de la mayoría de las amazonas se puede justificar en el hecho de que, en la versión de DC, no son humanas, sino diosas. Una divinidad que, en coherencia con los ideales clásicos y mitológicos de los que parte, debe ser cercana a la Idea y por tanto, a la Belleza en sintonía con la perfección. Y aunque la indumentaria de combate de Diana puede considerarse fetichista, es un fetichismo compartido por todos los superhéroes, así que… lo podemos dejar pasar. Por ahora.
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Mayo 2020
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