Hace días que no estás donde solías estarlo; el lugar por el que has estado vagando día y noche durante los dos últimos meses y en el que me encariñé de ti. No quiero mentir: al principio quise hacer lo que la mayoría de la gente hace, pasar de largo. Pero vi tus ganas de vivir y el hambre que desprendía tu delgadez; cómo no te ibas de allí y pedías a maullidos que alguien te ayudara. Y aunque no podía ofrecerte mi hogar, no pude negarme a darte lo que cualquier ser vivo necesita para poder seguir en el mundo. Te fuiste acercando a mí con cada pedacito de comida que te llevaba y, en cuestión de semanas, pasaste de asustarte de mi presencia a esconderte tras de mí cuando pasaba alguien cerca de nosotras. Empezaste a ronronear, a bajar la guardia e incluso a dejarme acariciar esa barriguita gatuna que empezaba a esbozarse, y que tantos dueños gatunos hubieran envidiado tener bajo su mano.
No te ibas, y aunque me moría de ganas de llevarte conmigo, no pude hacerlo. Tú lo intentabas, viniendo tras de mí e incluso cruzando carreteras, asustándome cada vez que un coche se interponía en tu camino. Perdona por haberte tenido que rechazar la última vez que te vi para que no vinieses tras de mí. Siento haberte decepcionado, no haberte conseguido ningún hogar. Y ya no estás allí. No sé siquiera si tus patitas siguen correteando, si sigues durmiendo sola entre ruedas o si alguien, sin previo aviso, te ha dado la oportunidad que yo no tuve tiempo de conseguirte. De nada sirvió difundir tu historia, una historia traspapelada entre muchas otras similares que, a estas alturas, ya han saturado las protectoras, como ocurre todos los años durante el verano. Solo espero que, si sigues por ahí, estés bien. Que otro saquito de compasión te cuide y que lo haga mejor que yo. Espero, también, que no tengas que sufrir las abrasantes agonías del asfalto. Ni que llegues a la adultez estando todavía en la calle, teniendo que proteger a camadas de gatitos cuyo final no suele ser feliz. Recuerdo cómo reconocías mis pies mirando desde debajo de los coches y salías a juguetear con ellos; cómo no te comías lo que te llevaba hasta que te acariciara durante unos minutos. Te recuerdo a ti y me vienen a la mente muchos otros anteriores. Recuerdos que arañan los ojos. Maldita impotencia.
0 Comentarios
|
Archivos
Mayo 2020
|