Y un denso silencio abruma los ecos de nuestra frágil existencia. Un silencio como contestación a los gritos y los golpes que, desde el otro lado, al borde del precipicio, tuvieron lugar. Vacío inconexo, alteridad inconcebible y, al mismo tiempo, suceso real.
Silencio... Nada, y tanto... Por muchas respuestas que queramos dar a un suceso como este, por mucho que deseemos responder al por qué, encontrar la causa... en verdad... nada lograría justificarlo. Y eso es lo que más hiere: saber que sólo puede quedar impotencia tras esa puerta cerrada.
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Mañana hará dos años que desapareció aquel primer rostro que retraté. Esos ojos dulces, acompañados de una piel cuya suavidad y claridad se encargaba de disfrazar el tiempo vivido. Aquella que pasó nada más que diez años con nosotros, en mi casa. La mujer que dio vida a mi madre, y sin la que, seguramente, yo no hubiese sido como soy.
Y hoy, no mañana, después de casi dos años, he vuelto al lugar de despedida. Una foto suya acompañaba sobre el mismo soporte a una de mi abuelo. La foto era suya, su rostro; pero no sólo por la altura de la tumba me parecía lejano. No sólo por la distante fisicidad. A pesar de haberme despedido allí de su cuerpo, no he podido identificarla en ese lugar. Más la veo cuando miro al sofá en el que se sentó día tras día antes de irse, o cuando hablo con mi familia, o cuando, como si hubiese heredado su delicado paladar, una comida me parece salada, o un dulce demasiado dulce. O cuando juego con el perrito que ambas vimos crecer. Mi abuela fue una buena persona, demasiado templada quizás. En sus diez años de dependencia, prácticamente nunca se dejó vencer por la rabia, ni por la tristeza. Quizás algún día se silenciaba, atrapada en sus pensamientos, en sus preocupaciones de abuela, madre, viuda, ciudadana. Nada más. Y todavía recuerdo tanto el día que posó para la foto que luego pintaría… Vibraba de ilusión, de orgullo. Y mis manos, cada vez que observaban esos ojos sobre el papel, se sentían agradecidas, dispuestas a impregnar la tela con su esencia. Quizás hoy, allí, no te haya sentido. Pero lo haré cuando vuelva a casa, iaia. |
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Mayo 2020
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