¿Cómo dejar brillar una luz que quiere apagarse? ¿Se puede acaso amarrar a la cíclica Luna a estar junto a nosotros todas las noches? No hace falta responder. Sin embargo, hay veces en que la obstinación nos hace creer que podemos mantener con vida a seres de gran fragilidad. Desear curarles, a pesar de que esté a la vista un posible fracaso. Solamente quedará el consuelo de haberlo intentado cuando ya no estén. Pero, ¿y si la motivación surgiera del deseo de conseguir ese consuelo, en un intento de trasfondo egoísta por salvaguardar la buena conciencia? Si sólo por ello nos resistimos, entonces, la obstinación sería nuestro falso rostro ante una intuida verdad. Más inteligente de nuestra parte, quizás; pero más triste todavía. Las buenas intenciones estarían entonces huecas.
Pero los sentimientos humanos no son tan nítidos, y aunque el altruismo o el deber se manchen de ego difícilmente fundamentarán (al menos en el ámbito del que hablamos) el tiempo y empeño invertidos en la causa. Sobre todo cuando ante el "lo he intentado" golpea el "¿... lo suficiente?", delatando una implicación que va más allá de lo puramente burocrático. Siempre la duda, la realidad no desvelada en la línea trazada por nuestras decisiones y actos. Múltiples realidades invisibles galopando en la mente, buscando cual rastreador informático de virus el error, la falta que de haberse detectado y corregido hubiera permitido materializar otra historia de distinto final . Pero por desgracia, lo que puede plasmarse en el pensamiento no puede pasar de un mero espejismo. Quizás, por mucho que viajáramos de nuevo a ese momento con una máquina del tiempo, nada cambiaría. Eso, junto con el intento llevado a cabo, es lo que debe tranquilizar nuestro llanto. Y no es egoísmo, sino supervivencia; porque si cada último aliento presenciado no se aceptara como realidad inalterable (sobre todo en aquellos que, ya sea por profesión o acciones de voluntariado, presencian más veces ese momento que la mayoría de las personas), el nuestro propio se apagaría en mayor brevedad de la que debiera. Solo queda desear que descansen en paz. Rescatar de sus cadáveres tu sonrisa. Por todos los que siguen vivos.
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Desechada has sido; desechada como cualquier artículo a la venta, cual objeto inanimado. Porque así es como se trata a los empleados en nuestra sociedad, como un producto más de consumo. Lo pruebas, y si no te gusta, lo tiras. Como los productos que, por fecha de caducidad, aunque su buen estado sea visible, se tiran directamente al camión de la basura. Pero la diferencia es que a ti, que no vales nada; que te pagan como podrían hacerlo a cualquier otro, sin pérdida alguna de ganancias; a ti, pueden echarte al camión de la basura sin caducar, sin finalizar fecha alguna impresa e incluso firmada que acredite su validez. Y saben que la lista de espera que te sigue les permite repetir una y otra vez el mismo proceso, porque os habéis convertido en producto de sobrestock. Todo repleto de personas como tú, buscando una oportunidad para poder vivir en un mínimo de dignidad, un mínimo cuya exigencia se ve mermada por el “algo es mejor que nada” y por cuyo positivismo ingenuo todo se valora mejor de lo que es. Y sabrás que las justificaciones usadas en tu contra son una hipérbole hiriente de posibles fallos cometidos, sin motivo para empujar hacia el adiós. Sabrás, también, que mereces una explicación más humana que la que puede ofrecerte un mero papel de trámite. Pero te han pedido que firmes y tú, peón desvelado, insignificante engranaje intercambiable, te sientes obligada a hacerlo, sin armas para enfrentarte a ese Goliat. Bendito sistema democrático y de derechos humanos (haya donde esté, porque aquí, va a ser que no existe). |
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Mayo 2020
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