He estado soñando. Mejor dicho, he estado en lo que ahora, desde la familiar ciudad de ruidosa rutina, me parece un sueño. Por desgracia, los sueños siempre son fugaces. Por suerte, la vigilia permite que los recuerdos se queden, y también la experiencia nacida de su fruto, que estoy segura madurará con el tiempo.
Carrícola. Un pueblo pequeño, en equilibrio con su entorno, amado por las montañas y por los campos que respeta y cuida. Allí y a ella hemos estado pintando, dibujando. Admirando sus cálidos atardeceres, transformándolos en aguadas rosadas, malvas, verdes. Aprendiendo sus caminos, escuchando a las nubes y acariciando los silenciosos horizontes con nuestro pincel. Nuestros sentidos se afinaban, se deleitaban de lo que captaban sin ninguna otra avaricia que la de sentir, que la de conectar con el paisaje y, a partir de su belleza, crear arte. Sin idas y venidas, sumergidos allí, en su esfera, conviviendo compañeros, pintores y profesores, observándonos unos a otros, abiertos a compartir todo consejo, todo hallazgo, toda alegría. No hay mayor goce que disfrutar aprendiendo. No hay mejor modo de aprender.
0 Comentarios
|
Archivos
Mayo 2020
|